Rompiendo con toda posibilidad
De que se cumpla lo inesperado
Sentada, no en frente ni al lado,
Sino justamente en la silla que espera
En todas las ocasiones, en distintas situaciones,
En todas las habitaciones,
Menos en la mía,
Porque ocupé ese lugar.
Mas, entre sueños y desaciertos,
Te imagino arribando,
Arruinando dulcemente
Mi hipótesis de corazón solitario.
Quiero recibirte, quiero tocarte
Quiero, quiero, de verdad te quiero.
Los diferentes colores dentro de mi boca
Hicieron su efecto,
Me engañan, me mienten
Y así, desapareces lentamente.
¿Qué puedo hacer?
¿Por qué cada vez que vienes
Es por tan poco tiempo?
Será acaso una más de tus jugarretas,
Esas de amantes torpes,
La apariencia de un rico almuerzo,
Cuando realmente
Es solo el pedido, mi pedido.
¿Me acompañas?
Si puede hacerlo Aznar
Por tanto rato,
¿Qué te lo impide?
¡Si!
Ahí apareces de nuevo,
Ven, hay espacio
Incluso podría ponerte un puesto.
Golpes de ladrillos de colores
Todo está naranjo,
Un poco rojo, un poco blanco.
¡No!
Te marchaste,
¿Por qué cada vez que vienes
Te vas tan luego?
Si con Spinetta estoy varios minutos
¿Qué pasa contigo?
Dejaré los frascos,
Los boté,
Los tiré al suelo,
Pero así no vendrás,
Así lo recuerdo
La última vez que los lancé.
Es el Manu
El que se escucha ahora
Sublime entre nosotros,
Con una dosis de infortunios
Yo decido no almorzar.
Con sobredosis de ilusiones
Tú decides no venir más.
Entre rimas inexpertas
Estas palabras llegan al final,
Al igual que el respirar
De esta alma quebrantá.
lunes, 28 de junio de 2010
jueves, 17 de junio de 2010
Tiempos perdidos

Terminó el libro y afligida se mantuvo todo el día, sin poder responder su pregunta.
- ¿Dónde están? – preguntó.
- A un costado de tu cama. – Respondió su madre, que llegaba inoportuna a su pieza.
- ¿Dónde están? – Insistió con amargura.
- Ya te dije, ahí… te las dejé al lado de esa chorrada de libros que tienes en tu velador.
Entonces comprendí que conversarlo con mi madre sería un error. Tomé las llaves, disimulando gratitud, no era esa la respuesta que buscaba. Aunque, teniéndolas en mis manos divisé una salida.
Se acercó rápidamente a Luisa, su madre, le da un cauteloso beso en la mejilla con aires de ausencia y ansiosa sale de su casa.
- Marcelita ¿Para dónde va? – alcanza a gritar Luisa desconcertada.
- … por ahí…- se escucha a lo lejos.
Marcela caminó horas por los suburbios de su sociedad, enceguecida en un pasado del cual no fue dueña, pero que hoy vive sus consecuencias. Acorde con sus pasos, de su boca se escuchaba una suave y delicada canción que a medida que avanzaba se hacía más segura; poco a poco se vio ensimismada en su canto, cada persona que la rozaba al caminar cambiaba su ritmo y luego retomaba su andar lento y entristecido. Así fue desahogándose cuando escucha:
- ¡Marce! – grita una voz conocida
Marcos era un hombre que se salía del hombre tipo de la ciudad (luego Marcela supo que venía del sur), su estatura coincidía como de cuento con la comodidad de Marcela para dormir sobre su hombro, era delgado pero dueño de los abrazos más cálidos que recibió en su juventud, tenía un color de piel que se mimetizaba magistralmente con hojas otoñales recién caídas de los árboles. Su pelo chascón con ondas grandes y secas, le pedía a gritos un pañuelo en la cabeza. Pero a Marcos no le hacía falta ni un pañuelo, ni pantalones alefantados, ni escuchar sui generis para retratar un tiempo perdido (eso no quita que no los usara o no los escuchara); solo conversando, Marcela pudo darse cuenta de que compartían mucho más que la edad y las mismas zapatillas.
- ¡Marce!
Vencí todas las posibilidades improbables que opacan mis días. Ahí estabas, coloreando las grises mañanas en la ciudad; bajo mi encapotado deseo te encontrabas, mirándome. No pude acercarme. Todos y tú iban, yo venía; mas ahí seguíamos fieles, mirándonos. El frío ardía en nuestros cuerpos, impidiéndonos pretendernos. Multitud de inseguridades avanzaban fugaces en la estación, creí encontrar tu mirada y sonreí; imaginé tu sonrisa de vuelta desbordando los límites. Por segundos fantasee en el mar, creyendo que las burbujas te harían llegar a mí. No fueron las burbujas, fuiste tú, acérrimo a tu voluntad.
- Pequeña Marcela, no pensé encontrarte por estos lugares…
- Yo tampoco… solo caminé y aquí llegué. ¿Vas a tu casa? – responde nerviosa.
- No, andaba por aquí conociendo el famoso centro de Santiago. – Marcos ríe sin dejar de mirarla.
- Me parece… ¿ya has recorrido bastante o no?
- La verdad es que si, ahora sería perfecto…
- …ir al Parque Forestal – Marcela lo interrumpe. ¿Vamos?
Solo bastó una mirada de Marcos para que Marcela comprendiera su respuesta y de un momento a otro se encontraran tirados en el pasto disfrutando de un bello abril. Sin percatarse de la ausencia de luz, oscureció y el frío se apoderó de sus manos, de sus pies, de su piel. Marcos quiso acercarse a ella para regalarle un poco de calor, sin embargo Marcos tuvo miedo de que descubriera el ardor que provocaba tenerla tan cerca. Marcela disimulando la sonrojes de su rostro le da un abrazo tímido, pero lleno de pasión.
Su tarde fue intensa, converso por fin lo que no se atrevía a pronunciar por parecer resentida o acercarse a la locura; su asombro fue cuando supo que Marcos coincidía en su divagar. Ambos ausentes en el círculo de la humanidad, distraída en intereses que no compartían. Ambos añorantes de un nacer distinto y anticipado. Ambos ansiosos de libertad real, no con la que los engañan día a día. Ambos felices de compartir sus tormentos. Ambos disueltos en un licor de sueños sancionado por disturbios en la ciudad.
Desde ese día Marcos y Marcela salían todos los días de su casa a caminar por el centro de Santiago sin saber si se encontrarían o no, las rutas cambiaban, los caminos eran distintos, sin embargo siempre hallaban la forma para que sus pisadas coincidieran y sus miradas se tropezarán en la última esquina de sus trayectos. Era una historia como la de Horacio y la Maga, pero vivida en Chile, andaban sin buscarse pero sabiendo que andaban para encontrarse…
Los días transcurrieron fugaces, tal como un vuelo incesante en primavera. Sus corazones enguatados, sin poder más de cariño, de compañía, de amor; y a la vez, repletos de dolor. Sin poder explicarse por qué aún estando juntos, su congoja no cesaba. Una fiesta de acontecimientos y de ideales marchaba en sus mentes. Quisieron bailar juntos en ella, pero nadie más quiso aceptar la invitación.
Comenzó la desesperación de Marcela. La gente, las calles, el gobierno, terminaban por consumirla. La música y las palabras la envolvían.
La misma sensación de hace un tiempo volvía y no quería arrastrar a Marcos a su aflicción. No aguantaba el abatir de su razón, ni la zozobra del vivir.
No quería el mismo camino para Marcos. Me alejé y desvanecí rápido entre cuerdas y amarres.
Cuando Marcela no contestó sus llamados, Marcos supo que había llegado el día y espero amargo y quebrantado, la noticia de Luisa.
Atormentado por tu ausencia. Tranquilo por tu partida, te acompaña lo que la sociedad nos arrebató, nuestro amor.
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