
No fue sino hasta hoy que Amanda comprendió lo que tanto se demoraron en explicarle sus profesores y sus compañeros. Recién hoy, cada palabra que leyó de los grandes intelectuales, tenían sentido. Kant y Lyotard, ya no eran extraños en su vocabulario y en su pensar; podrían estar tranquilos, ya que Amanda no dejó pasar por alto sus filosofías. Hoy feliz, descubrió la sublimidad a la que se referían.
Con ganas de sufrir, Amanda caminó una vez más – como todos los jueves – por la calle Santo Domingo, dirigiéndose al edificio viejo y mal cuidado que se encontraba en la esquina con Teatinos. Aquel, que había sido inaugurado como centro musical de la chilenidad hace dos años atrás, era el lugar cómplice de los días de angustia para Amanda.
Mientras más avanzaba, más insegura se ponían sus piernas y más era el calor que sentía correr por su piel, creyendo incluso que la ropa la quemaba; por lo que sus manos iban directo a sacar su polera, cuando ya sin darse cuenta sus pies habían caminado tanto que se encontraban en la entrada de la sala y frente a la orquesta juvenil. Los ojos de Gabriel la aterrorizaron tiernamente y sin controlar su cuerpo lo saludó torpemente con su mano sudorosa. El ríe tímido, ella no hace más que bajar la mirada y sentarse, dispuesta para presenciar la composición del músico de pelo largo.
Transcurrían las notas y poco a poco Amanda iba preparando su viaje con mayor ardor, la música se apoderó de ella y solo esa melodía era capaz de navegar profundamente por los rincones de su mente; solo Gabriel tenía el permiso de tocar hasta la última nota de su cuerpo, así sobrevivía los minutos, fantaseando su felicidad, imaginando el contacto de sus dedos en su piel. Así iba descubriendo paulatinamente que aquella perfecta y hermosa, era la composición del fin.
Todos los jueves sin saberlo, se disponía a ser devorada por el sufrimiento de un amor fervoroso con puertas cerradas, en donde solo las miradas eran las encargadas de dar una pequeña luz de posibilidades a través de una poderosa cerradura dueña de un corazón atascado. Por ahí podía apreciar el deseo, la fogosidad y la pasión de un amor no correspondido. Por lo que cada compás interpretado por Gabriel, la guiaban por el dulce camino al dolor.
Al jueves siguiente, Gabriel se extrañó de no ver la dulce cara de Amanda por la sala, sonriente y ansiosa, como era de costumbre. Por lo tanto, apenas terminó la presentación, fue a su casa para confesarle por fin que la composición de hoy y todas las anteriores tenían una solo una razón de ser: ella, ella con sus fervientes labios y su intensa mirada. Al llegar a casa de Amanda, tocó el timbre y se encontró frente a frente con ojos perdidos y afligidos por un sollozo que al parecer aún no cesaba. Con una suavidad característica en su hablar, preguntó por Amanda y mientras su hermana le respondía con palabras angustiadas y entrecortadas;
- …ocurrió hace una semana, y no encontramos más que un cassette y un libro de García Márquez sobre su cama. No entendemos que pasó, por favor pase, le mostraré una grabación que aún no hemos podido averiguar de que es, creemos que…
Gabriel vagaba sin sentido en su tormento, se distraía en sus recuerdos, en sus composiciones, en su amor. Desconcertado y confundido se dirige a la pieza, abriendo la puerta su mirada se quedó inmóvil en la cama de Amanda que en más de un sueño se vio entre sus sábanas junto a ella. Gabriel tratando de disimular sus dedos temblorosos, toma el cassette para escucharlo… no fue mucho lo que tuvo que escuchar para darse cuenta de la melodía que se desprendía; Gabriel perturbado, por primera vez sintió de verdad su creación y comprendió cada una de las visitas de Amanda; descubriéndose, guardó el libro sintiendo el calor y la delicadeza de las manos de Amanda sobre él, lo apretó fuertemente soltando una lágrima y lamentándose por su tardanza. Despidiéndose de la hermana, emprendió la vuelta a su casa, un largo y eterno regreso. Al llegar a su casa no pensaba más que en la imagen de Amanda los jueves por la tarde, sentada siempre al costado izquierdo de su sala. De inmediato supo que esas tardes ya no existirían más y fue así como días después, sin soportarlo Gabriel fue generoso con ella y al igual que Amanda, Gabriel conoció el cianuro de oro y fue testigo de la sublimidad musical.